Nadie mejor que los propios centros educativos y sus educadores, para conocer la sociedad en la que vivimos y los cambios que se generan para potenciar las competencias requeridas socialmente. Se plantea así la necesidad de reflexionar acerca del papel de la educación en un nuevo escenario social cargado de incertidumbre. Esta reflexión sobre el papel de la educación en la sociedad y en su desarrollo implica, además, abordar el doble problema de definir los conocimientos y las capacidades que exige la formación del ciudadano y la forma institucional a través de la cual ese proceso de formación debe tener lugar. Y son las instituciones educativas las que tienen que atender estos nuevos desafíos, ofreciendo posibilidades de realización personal y atendiendo los más altos niveles requeridos para la nueva competitividad, así como los medios para insertarse en la sociedad.
Cualquier innovación o renovación que se ponga en marcha en un centro educativo no debe limitarse a la mejora del profesorado y/o del alumnado (que ya sería bastante), sino que debe tender a conseguir mejorar el funcionamiento del centro, y por tanto la organización de esa institución. Debemos entender por consiguiente que es necesario dirigir y evaluar "el centro" como unidad funcional y no quedarnos en la dirección y evaluación de cada uno de sus componentes. Dirigir una institución de carácter formativo no es tarea fácil. Tampoco su evaluación. Ambos, son procesos complejos y, como tales, inciertos, adaptativos, creativos y que requieren de diferentes tipos de conducta para situaciones y contextos diferentes.